LO QUE NO ESTÁ
RECUERDA A LO QUE ESTABA.
La ausencia la presencia que había nos recuerda.
Estos día nos hemos ido dando cuenta de lo que teníamos y no nos dábamos cuenta. Algunas cosas han recobrado un valor que no tenían: La salud y el sistema sanitario, la educación y el cuidado de niños y jóvenes, determinados trabajos que estaban en los escalones más bajos de la sociedad, la atención a las personas mayores y de los más desfavorecidos; la conciliación familiar, los seres queridos, el círculo de amistades y conocidos, la compañía, el sitio que tenemos en casa, el paisaje por la ventana, las pequeñas rutinas, sentir, pensar, ocuparte de lo necesario, cuidar y saberte cuidar,… la importancia de lo que hacemos cada persona para los demás. ¡Mira tú, tu propia importancia!
No sabemos que tenemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Llenos de tanto, no notamos lo que de verdad nos hace falta. A la vez, la obsesión por lo que nos falta, que a veces no nos hace ninguna falta, nos impide disfrutar de lo que tenemos.
Muchas veces tenemos la felicidad rodeándonos, rozándonos, incluso abrazándonos con todas sus fuerzas y no sabemos verla.
No apreciamos la presencia de la felicidad cercana, la ignoramos y seguimos buscándola como si estuviera muy lejos, transitando caminos que cada vez nos alejan más de ella. Caer en cuenta es lo que nos hace falta y levantarnos, tras la caída, para ir con ella de la mano, al menos, algún rato.
Vivimos rodeados de gente a la que queremos, que nos quiere. Sí,
nos hemos dado cuenta cuando nos faltaban. Cuando las tenemos cerca
las rodeamos de reproches, alguna bronca, algunos morros, algunos
silencios como castigo,... queremos manipularlos según nuestro
criterio, por “ su bien" les decimos... Nos falta decirles y
demostrarles que les queremos, que les valoramos, lo que nos gusta,
lo que les necesitamos y pedirles que hagan lo mismo.
Nos faltan flores, nos sobran punchas.
Nos hemos hecho especialista en la caza del error, el de los demás,
por supuesto. Empleamos parte de nuestro tiempo y nuestras mejores
habilidades críticas para descubrir lo que está mal, desde luego
lo encontramos con facilidad. ¿Qué hacemos entonces? Quejarnos.
También nos hemos hecho especialista en la queja. ¿Cómo nos
quejamos? En cualquier sitio y de la manera menos eficaz posible.
Nuestra familia, los amigos, los vecinos, al que nos encontramos en
la tienda, en el bar, en las redes sociales,... aguantan nuestro
chaparrón de resentimiento como si ellos pudieran evitarlo. No
buscamos los destinatarios y los cauces adecuados para que nuestra
queja resulte práctica, nos basta con convertirnos en víctimas ante
los demás.
Consecuencia de la ausencia de serenidad, comprensión,
sensatez, buena voluntad y un poquito de humor. ¡Con lo que nos hace
falta!
En unos poco casos, ese comportamiento se eleva un grado más, hay
especialistas en convertirse, en guardias, fiscales, jueces y
verdugos a la vez. Parecen tenerlo todo, sin embargo les falta
consideración, empatía, compasión, humildad, modestia,… un
poquito de “por favor”.
Otras veces, nuestro enfado lo dirigimos hacia nosotros mismos,
culpándonos de lo que hemos hecho o dejado de hacer, con un nivel de
auto-exigencia que impide que estemos contentos con nuestra conducta.
Insatisfechos, frustrados y con una mueca amarga casi permanente.
Entonces nos faltan sonrisas y un poco de autoestima que borre tanto
ceño, tanta arruga, tanto estreñimiento.
¿Qué tal si nos ocupamos de llenar vacíos y ausencias con lo necesario para todas las personas, en lugar de con los deseos insaciable de unas pocas? ¡Guay! ¿No?
Nos sobran “si, pero...” nos faltan “¡gracias!”.
Hasta entonces llenemos algunos vacíos con aplausos.
Recordemos algunas ausencias con palmas.
Recordando que lo que tú haces nos hace falta.
Albalate de Cinca. 30-04-2020.