Y LA RESACA DE DESPUÉS.
Hoy
os proponemos hacer un caldico, un caldico que nos reconforte de
estos padecimientos que nos trae el dichoso virus. Un caldico que
valga también para la resaca de después.
Necesitaremos
un buena olla, la más grande de la casa. Bien escoscada.
Conviene
hacer todo el proceso en equipo, en colaboración resulta el proceso
mucho más eficaz. Por supuesto, resulta fundamental estar de
acuerdo en qué vamos a cocinar y quién va a tomarse el caldo. Luego
consensuar ingredientes, tiempos, proceso a emplear,… Aquí no
vale el yo me lo guiso, yo me lo como, porque de ese modo igual no
hay para todos.
Así
que toma nota: Cortaremos un “piazo” grande, de un bien curado
sentido común. Apartaremos cualquier trozo que pueda resultar algo
rancio, dejamos solo lo más magro. Es importante que esté recién
cortado, de lo contrario se oxida y no da el mejor gusto. Lo echamos
en la olla.
Buscamos
una ristra de paciencia, embutido en esperanza y ahumado estilo
“espero lo mejor.” Lo echamos entero en la olla, podemos poner
dos, tres ristras o más. No hay ningún peligro de pasarnos.
Cuarto
y mitad de tajo bajo de pasión, medio de costilla de constancia, un
buen hueso de esfuerzo, una bola de dedicación por cabeza y un trozo
palmero de resiliencia.
Elegimos
unos tallos gruesos de respeto universal. Retiramos todas las hojas
exteriores, esas más duras de intolerancia, hasta dejar solo las más
tiernas, que son las que llevan más empatía. Sin mirar de romperlas
mucho las echamos en la olla.
Separamos
varias piezas de seguridad y otras de confianza. Las pelamos
quitándoles la prepotencia y la chulería, hasta alcanzar el corazón
donde están la autoestima y la modestia, no hace falta separarlas.
Las cortamos en trozos grandes y a la olla.
Disolvemos
hasta que no haya ningún grumo, quintal y medio de solidaridad, otro
tanto de compasión, otra parte de generosidad, y a discrección “todo
el mundo me importa” y... a la olla.
Cogemos
una buena mata de cariño y le quitamos, sin miedo, las hojas grandes
y duras de supremacía, las hojas amargas de odio, las otras verdes
de envidia, quitamos también las punchas de censura y las hebras de
acoso, echando en la olla solo aquellas más tiernas ricas en
cuidados y mimos.
Es
muy importante no olvidarnos de añadir trozos generosos de dignidad
y sentido crítico.
Sazonamos
con alegría y buen humor y ponemos a hervir.
Cuando
esté hirviendo, retiramos con una espumadera todas las impurezas,
removiendo y mezclando todos los ingredientes, de forma que se vaya
concentrando el caldo de forma uniforme y conservando reconocibles el
resto de ingredientes, con una textura de firme ternura y
conservando su esencia tras aporta lo mejor de cada uno a la mezcla.
Tal
vez requiera añadir más alegría, o aumentar la dignidad, o tal vez
convenga corregir la cantidad de sentido crítico. Lo vas haciendo
según gustos y sobre la marcha.
Una
vez hecho puedes tomarlo como consomé, no va mal añadirle huevos.
También puedes comerlo en sopa, solo hace falta echar abundante
pasta, pasta menuda, porque la gorda no asegura que llegue para todos
los platos y resulta fundamental que ningún plato se quede sin
pasta.
Si
el problema es que te vas patas abajo, resulta más recomendable
ponerle arroz.
Esta noche, sopa ¡Qué aproveche!
Esta noche, sopa ¡Qué aproveche!
Con
la promesa de la sopa ya tenemos fuerzas para aplaudir a los que se
quedan sin fuerzas. ¡Arriba esas palmas! Ellos no reblan,
nosotros tampoco.
Albalate
de Cinca. 18-04-2020
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