¡Buenas tardes!
Hoy
tenemos alguna buena noticia.
- El
único caso declarado en Albalate se recupera satisfactoriamente.
- En
la provincia de Huesca disminuyen los ingresos en los hospitales.
- La
mayoría de la población de la localidad está poniendo lo mejor de
sí:
.Los
comercios locales ponen todo su esfuerzo en atender a los vecinos y
limitan sus horarios solidariamente.
.Agricultores
y ganaderos no cesan de sumarse a las tareas de desinfección.
.Las instituciones se reinventan para conseguir las condiciones necesarias
que protejan a los vecinos, sobre todo a los más necesitados.
.Los
jóvenes se auto organizan y, más allá de gestionar su agenda
social de forma virtual, asumen con responsabilidad sus tareas y su
ocio y aportan su esfuerzo a las labores domésticas demostrando su
autonomía y la capacidad de trabajar en grupo.
.Las
niñas y niños aportan su ternura y su alegría. Están descubriendo
sus propios superpoderes y los están empleando para ayudar, sin
descuidar sus propias tareas.
Para
darles las gracias a este grupo de héroes menudos, hoy un cuento.
El
mar casi no notaba que estaba allí. Aquella isla pequeña, pequeña,
pequeña, ¡pequeñísima!, existía en un rincón de un mar grande,
grande, grande, ¡grandísimo!, tan grande que nadie sabía donde
acababa. La isla estaba llena de formas de vida distintas. Todas
las formas de vida tenían su sitio y su tiempo, había bastante para
todas y sobraba. También había problemas. La mayoría de los
problemas se solucionaban, para otros se buscaban soluciones que
tardaban algún tiempo en encontrarse, y hay algunos para los que
todavía no las han encontrado y las siguen buscando.
A
veces, el mar se enfurecía, pasaba por encima de la isla y causaba
daños muy grandes. Pasado el tsunami, los habitantes isleños,
curaban sus heridas, limpiaban sus lágrimas, reconstruían los daños
que podían y continuaban su vida. Tenía que hacerlo entre todos.
Mientras, habían aprendido a protegerse para la siguiente vez.
El
mar pasaba mucho tiempo calmado y a muchos se les olvidaba lo
aprendido.
Unos
pocos vecinos de la isla empezaron a crecer utilizando lo que
sobraba, cada vez se hacían más grandes. Eran simpáticos. Cada
vez tenían más hambre y cogían todo lo que podían, pero eran
simpáticos. Crecían y crecían y cada vez tenían más hambre. Eran
simpáticos, ¡tan grandes! Tanto atesoraban para hartar ese hambre
feroz, que empezó a faltar parte de lo necesario a muchos
habitantes, pero... eran tan simpáticos. Aquellos pocos isleños se
convirtieron en gigantes, destrozando todo a su paso, pero...
eran tan simpáticos. Tan simpáticos que algunos quisieron imitarlos
con el deseos de convertirse también en simpáticos gigantes. La
isla se ponía chunga.
El
mar volvió a enfurecerse, algunos dicen que si lo enfadó alguno de
los gigantes, otros piensan que un mar tan grande “pasa” de
gigantes. El mar pasó por encima de la isla con una fuerza que solo
recordaban los más mayores. Ese destrozo consiguió cambiar durante
algún tiempo la vida en la isla. Los gigantes más grandes no lo
pasaron tan mal como los demás, pero también notaron la fuerza del
mar.
Pasado
el tsunami, los habitantes isleños, curaban sus heridas, limpiaban
sus lágrimas, reparaban los daños que podían y continuaban su
vida. Tenían que hacerlo entre todos. Mientras, habían aprendido a
protegerse para la siguiente vez. Muchos se preguntaban si necesitan
gigantes.
Y
Colorín, colorete, por el culo te sale un cohete que se lleva el
coronavirus de la gente.
Así
que en las palmas de hoy incluimos a nuestras niñas y niños dentro
de los super héroes. ¡Por ellos!
¡SIEMPRE SORPRENDENTES!
Albalate
de Cinca. 31-03-2020
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